Un día soleado, cuatro estudiantes decidieron no asistir a clase. Al día siguiente se excusaron ante su joven profesora diciendo que se les había pinchado una rueda en su coche. Se sintieron aliviados cuando ella les respondió: “No se preocupen por los deberes de ayer. Les voy a hacer preguntas sobre otro tema. Siéntense en sus lugares, tomen una hoja y un bolígrafo”. Los estudiantes se sintieron bastante satisfechos por su astucia. “Esta es la primera pregunta, dijo la profesora: Cuál de las cuatro llantas se pinchó??...ya podemos imaginarnos el resto…
Esta anécdota ilustra los límites de la mentira. Tarde o temprano ésta se descubre; entonces viene el ridículo y la vergüenza. Pero, hay más que esto. La verdad es uno de los atributos de Dios, de manera que cuando mentimos, lo ofendemos. Un día develará todo lo falso. Si no es en esta tierra, será ante el tribunal de Dios, cuando cada uno le rendirá cuentas de lo que haya hecho (Rom. 10-12).
A veces estamos muy tentados a decir solo una parte de la verdad para salvaguardar nuestros intereses, nuestra reputación, o escapar del sufrimiento. Nunca olvidemos que Dios nos ve. Si hemos mentido, confesemos la falta y pidamos perdón a la persona a quien mentimos y al Señor Jesús. Es una etapa humillante, pero indispensable para liberar nuestra conciencia y volver a tener comunión con Dios. El Espíritu de Dios es un Espíritu de verdad. Él quiere guiarnos en los caminos de rectitud, para la gloria del Señor Jesús y para nuestra libertad.
La sabiduría de este mundo es insensatez para con Dios; pues escrito está: El prende a los sabios en la astucia de ellos. (1 Cor.3-19)
Todos compareceremos ante el Tribunal de Cristo (Rom. 14-10)